Amor a Cuadros by Danielle Ganek

Amor a Cuadros by Danielle Ganek

autor:Danielle Ganek [Ganek, Danielle]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Alianza Editorial
publicado: 2007-05-31T16:00:00+00:00


11

Recepción del museo en honor de Dane O’Neill en casa de Constance y Andrew Kantor

Finales de marzo

Simon y yo somos los primeros en llegar al apartamento de los Kantor en Park Avenue.

—Maldita sea —dice Simon—. Tienes que organizar mejor nuestro tiempo. Llegamos temprano.

Está de un humor de perros. Aún no ha vendido Lulú conoce a Dios, y le preocupa que el interés por el cuadro pueda estar decayendo. Es hora de pasar página y ocuparse de otros negocios. No tengo que recordarte que ha sido el propio Simon el que ha provocado esta situación al decidir esperar para vender porque así pensaba aumentar sus beneficios. Es caprichoso y cambia constantemente de opinión, así que no me molesto en recordarle que fue él el que dijo que debíamos salir hacia la parte alta de la ciudad antes de las seis. Le entrego mi abrigo y mi paraguas a un hombre vestido de esmoquin y me dirijo a la barra.

En ocasiones Simon concierta citas en algunos de estos acontecimientos, calculados para establecer contactos comerciales y que en nuestra rama de negocio suelen pasar por reuniones sociales. Siempre hay chicas de las casas de subastas o de las galerías, editoras de Publicaciones Conde Nast, o guapas relaciones públicas que se dejan cautivar lo bastante por su acento y su melena, y por el hecho de que Simon sea dueño de una galería, como para convencerse a sí mismas de que la fría indiferencia que éste desprende es en realidad encanto, y acceden a colgarse, de su brazo durante una fiesta.

A veces son hombres jóvenes, aunque a estos últimos no los llama citas. Y no les permite colgarse de su brazo.

Pero por lo general Simon prefiere que le acompañe yo. Insiste en que es parte de mi trabajo, y tiene razón, supongo. No le gusta malgastar su tiempo con una cita cuando puede pasarse la fiesta convenciendo a un cliente potencial. También insiste en que yo intente convencer a clientes potenciales, lo cual hago lo mejor que puedo. El hecho de que Simon se empeñe en que hable con los clientes, aunque mis habilidades a este respecto son más bien inexistentes, indica que mi jefe no es ninguna lumbrera para los negocios. Siempre anda rondándome en las fiestas, implorándome que «me mezcle, que me mezcle».

Además, Simon es antipático; tiene la mezquina maldad de un niño que pisa insectos tan sólo porque sabe que puede hacerlo. Esto seguramente tiene algo que ver con que lo enviasen a un internado a la tierna edad de siete años. Sabe que odio esta parte de mi trabajo: las falsas amistades, las pesquisas en busca de información, las pretenciosas conversaciones sobre arte, uff, el establecer contactos. (También odio esa expresión). Estoy segura de que Simon me obliga a acompañarle tan sólo para verme sufrir.

Al principio me daba tanta vergüenza que apenas era capaz de decir hola. Siempre se me secaba la boca, lo cual hacía que se me quebrase la voz. Y acababa hablando con alguien como el primo



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